
Había algo hipnótico en vos, había algo que me alimentaba, y sin saberlo me enfermaba. Y no nos dimos cuenta, pero nos fuimos matando de a poquito. Aunque fuimos felices por aquellos días. No había miedos que nos asustaran, no había dolor que nos lastimara, existía un único peligro cuando nos juntábamos a delirar e inventarnos: el de ser descubiertos. Y lo sabíamos, y nos gustaba. Juntarnos era como un desafío diario, era plantarle cara al incierto futuro, era buscar y encontrar ahí eso que nunca supimos qué carajo era.
Pero al final nos desgastamos quién sabe por qué. Quizá fue que en el fondo no nos creímos que pudiese ser cierto. Quizá alguno se sintió culpable por verse bien y lindo. Quizás no, quizás aún hoy no haya pasado nada.
Quizás. Aunque las cosas cambiaron. Y la verdad es que no sé por qué, y la verdad es que te extraño, o me extraño a mí. Extraño cómo pude ser por aquellos días, extraño es cómo soy ahora. Y no entiendo, pero poco me importa ya entender. Si al fin y al cabo el tiempo pasó, y pasó nuestro cuarto de hora. Pero aún sabíamos reír.
¿Te acordás, flaco, de aquella juventud? ¿Te acordás, acaso, de quienes supimos ser? Hoy nos queda, al fin, un manojo de recuerdos; una experiencia más para contar; una paradoja de la osadía. Y hasta quizá, como quien no quiere la cosa, quede una historia por vivir.
Pero de nuevo el miedo a fracasar nos calla la boca, de nuevo las ganas de reencontrarnos no pueden contra temores absurdos. Por el miedo te sale mal, y el corazón se te esconde. Y ahora estás de cara frente al espejo, y ves que no sos más que un triste reflejo con sabor a soledad. Vení, volá, sentí…